Se las llama minas a cielo abierto para diferenciarlas de aquellas minas en las que la extracción del mineral se consigue excavando galerías subterráneas.
La minería a cielo abierto supone dinamitar la roca superficial y llevarla a pequeñas dimensiones; montañas enteras son convertidas en rocas, su extracción empieza con la perforación y voladura de la roca.
Son minas de superficie que adoptan la forma de grandes fosas en terraza, cada vez más profundas y anchas. Los ejemplos clásicos de minas a cielo abierto son las minas de diamantes de Sudáfrica.
El proceso de extracción consiste en dinamitar las paredes de la montaña, transformar las rocas en polvo y diluirlas en sopas ácidas que purifican el mineral. Todos los desechos son destinados a un enorme basurero, llamado “dique de cola”. El producto bruto es enviado por un extenso mineraloducto –un caño bajo tierra–.
En los últimos años, Argentina se transformó en uno de los países más codiciados por las grandes trasnacionales mineras: se debe a la gran cantidad de minerales metalíferos que se encuentran en el país, pero sobre todo a las leyes sancionadas a partir de 1993. El resultado de esta falta de regulación es una larga lista de violaciones de los derechos humanos. Pocas actividades industriales logran afectar de manera tan profunda todas las esferas de la vida de esos pueblos como lo hace la gran minería. Apoyadas por la gran mayoría de los políticos y de los medios, las empresas mineras actúan en total impunidad, aprovechando de la vulnerabilidad de las poblaciones locales.
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